Hablar sobre cadáveres es atrevido. Sin embargo, las imágenes de cadáveres resultan omnipresentes en la cultura mediática contemporánea.
La semana pasada se inauguró en Santiago de Chile “Bodies, The Exhibition", una exposición itinerante –desde 1996-, de cadáveres. Ojo, no se trata de réplicas. Gunther von Hagens (quien se autodenomina artista y científico); desarrolló una técnica llamada plastinación, con la que consigue preservar con gran realismo, cadáveres de hombres y mujeres que exhibe en poses de lo más extrañas (de allí… su arte).
La semana pasada se inauguró en Santiago de Chile “Bodies, The Exhibition", una exposición itinerante –desde 1996-, de cadáveres. Ojo, no se trata de réplicas. Gunther von Hagens (quien se autodenomina artista y científico); desarrolló una técnica llamada plastinación, con la que consigue preservar con gran realismo, cadáveres de hombres y mujeres que exhibe en poses de lo más extrañas (de allí… su arte).
¿Qué nos sugiere el uso de cadáveres (ciertamente no solo humanos) en las galerías de arte? Y ¿qué efecto tendrá el que los artistas –como pequeños semidioses- manipulen y desacralicen al cadáver? ¿Qué nos dice este fenómeno sobre los tiempos posmodernos?
Vale la pena mencionar que el cadáver impacta, porque -como señala Julia Kristeva en su libro Powers of Horror-, el cadáver está a medio camino entre lo vivo y lo muerto. Su ambigüedad clasificatoria y su estar fuera de lugar, nos espanta: ni con los vivos ni con los muertos. ¿Seguirá siendo eso así? ¿Hasta qué punto la proliferación de imágenes de cadáveres en la televisión terminará quitándole ese carácter abyecto al cadáver?
El impacto de exponer imágenes de cadáveres en la televisión no es el mismo que mostrar cadáveres conservados con huesos, órganos y musculatura en galerías de arte (como si estuvieran vivos). Las imágenes de cadáveres en los medios tienden a encarnar diversos sentimientos y son mostradas básicamente en relación a ellos: ira, indignación o consternación como cuando turbas desesperadas cargan cadáveres de niños; desesperanza y amargura cuando se descubren fosas comunes. Incredulidad y curiosidad, como cuando se mencionan los modos de ocultar o desaparecer cadáveres. Sensacionalismo y morbo cuando una cámara enfoca el cadáver de una víctima reciente de un accidente de tránsito. O de modo extremo, asco y cuestionamiento de los límites de la cordura, cuando aparecen antropófagos deglutiendo cadáveres humanos. En los casos precedentes, podríamos decir que los medios recrean el tratamiento que los individuos o grupos sociales le dan a los cadáveres. Sin embargo, resulta reveladora la utilización del cadáver –en poses banales y cotidianas- en las galerías de arte (que no es lo mismo que mostrar a la momia Juanita en un museo en tanto vestigio de pasado y con pocas trazas físicas de humanidad).
A la larga, el tratamiento que le damos a los cadáveres resulta ser un síntoma de cómo nos tratamos los vivos. No están equivocados los teóricos posmodernos, cuando plantean que estamos banalizándolo todo. Resulta curioso que una civilización que buscó ocultar la animalidad humana termine mostrando cadáveres jugando ajedrez en una galería de arte.
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