En el primer capítulo un Dios científico, eficiente y distante, creó al humano y le ordenó multiplicarse, dominar, conquistar. Vio que todo era bueno, no en el sentido moral, sino, más bien, en el intelectual y sensual. En el segundo capítulo un Dios artesano dio forma, a partir del barro, con sus propias manos, al humano, y, con su aliento, le dio vida. Lo puso en un jardín hermoso, le ordenó cuidarlo a través del cumplimiento de una prohibición ligada a la distinción entre bien y el mal. En esa versión vio que la soledad era mala y, para superarla, se embarcó en un frenesí de escultor.
Todos los seres humanos, individualmente y organizados en grupos, venimos tratando de obedecer esas dos órdenes. Hacer, promover -hoy diríamos emprender-, controlar, dominar; y resolver dilemas que nos recuerdan nuestra desobediencia original. Centrarnos en una sola de esas dimensiones, desconociendo la otra, conduce a las peores tragedias.
Toda guerra enloda moralmente lo humano. Los cuentos que unos y otros nos contamos y contamos a los demás para explicar, justificar o condenar nuestras guerras o las ajenas, son indispensables e inevitables, pero no cambian ese hecho.
Y no es un asunto de números. Porque si lo fuere, la Alemania Nazi hubiera tenido la razón frente a
Pero dejemos el escenario global y vayamos al Medio Oriente, pleno de muertes propinadas por todos sus actores entre sí: ¿recuerdan el millón de víctimas que dejó la guerra entre Irán e Irak, las miles de bajas que sufrieron los palestinos en Septiembre Negro, los 35 niños israelíes asesinados por un comando terrorista en 1978, la guerra civil libanesa en 1958 y la más cruenta en 1975 - con decenas de miles de druzos, musulmanes y cristianos muertos-, el solitario cadáver de Sadat asesinado por un musulmán y el de Rabin eliminado por un judío, los 1000 israelíes muertos por atentados suicidas en la segunda Intifada, los miles de iraníes fusilados por ordenes de Khomeini, los 63 rebeldes decapitados públicamente en Arabia Saudita en 1979 luego de haber tomado por asalto
Regresé de Israel el domingo 11, luego de un mes y medio de estadía. Aquí mi cuento: estuve en un refugio varias horas el mismo sábado que comenzó la operación Plomo Fundido. Pero los peruanos conocemos de bombas y explosiones.
A mí no me dan pena los pobladores del sur de ese país, sometidos a bombardeos durante ocho años y que ahora están metidos durante tiempos variables en refugios. No es una cuestión de conmiseración. Los judíos no tenemos el monopolio del sufrimiento.
Israel es una democracia occidental -aunque su población es menos occidental de lo que sus fundadores, en el más puro estilo del marxismo decimonónico con respecto de la "cuestión oriental", hubieran querido, y ahora ha producido un mestizaje muy interesante- cuya opinión pública decide, a través de elecciones, quién gobierna y cuyas instituciones, incluyendo la prensa, controlan el ejercicio del poder de manera a veces rabiosa, incluso en medio de la guerra. Sus dirigentes tienen la obligación de asegurar a su población niveles de bienestar razonables, dentro de condiciones históricas y geopolíticas dadas. Actúan dentro de la orden del primer capítulo de
Hamas estiró la pita más allá de lo soportable e hizo un error de cálculo que está pagando muy caro - hecho que sus dirigentes reconocen, si creo a muchos de mis amigos israelíes cercanos a la causa palestina- y con ellos, desgraciadamente, muchos palestinos no involucrados directamente en esa organización. Esta vez Israel respondió con una parte del enorme poder que tienen sus fuerzas armadas, poniendo en juego su gente - allá no son los desfavorecidos y marginados los que se juegan el pellejo, sino todos los ciudadanos por igual- en una operación muy bien planificada desde todos los puntos de vista. Es lo que todo Estado debe hacer y si lo hace, debe buscar hacerlo bien. Cuando es un Estado democrático, lo más probable es que sepa cuándo parar -y yo, personalmente, espero que pare pronto, porque la pita también se puede romper por ese lado-; cuando no lo es y puede, no para hasta exterminar a quien percibe como enemigo.
Dos deseos y un comentario final.
Cómo quisiera que los palestinos tuvieran una dirigencia que pensara más en el primer capítulo, en organizarse institucionalmente, con eficiencia -los obstáculos son enormes, pero tienen los recursos humanos y, deberían, también tener los materiales-, en lugar de pensar en redenciones radicales y cataclismos milenaristas. ¿Por qué no han podido tener un Atartuk y en su lugar han terminado siempre en la vertiente religiosa del nacionalismo heredera de Al Bana, el fundador de la hermandad musulmana? Es cierto que muchas veces el occidente, incluyendo Israel, ha contribuido negativamente, pero la responsabilidad está en el mundo árabe. También quisiera que todos los israelíes entendieran que, incluso en la ausencia total de misiles cayendo en sus ciudades, existe un problema que los concierne y que está ligado al segundo capítulo, en relación con una identidad nacional palestina frustrada.
Hay un grupo relativamente importante, por lo menos numéricamente, de intelectuales y políticos en el mundo occidental que han encontrado en Israel la cima o la sima de la maldad, el maquiavelismo desalmado, el gorilaje internacional, la crueldad en su máxima expresión, todo de manera automática, casi refleja, visceral. A pesar de las apariencias, son profundamente reaccionarios, acomplejados beneficiarios de las bondades de la civilización occidental, que se ponen del lado de visiones absolutamente totalitarias y fanáticas en nombre de muertos reales e injusticias verdaderas, sabiendo perfectamente que si llegaren a triunfar sobre las imperfectas, pero hasta ahora insuperadas democracias liberales, la muerte campearía sin cortapisas, exaltada en sucesivos Apocalipsis que nos devolverían por decreto al paraíso compulsivo del segundo capítulo, sin la razón y ciencia del primero. En otras palabras, el infierno.
Israel es, a pesar de todas sus carencias, defectos e injusticias, un razonable ejemplo de la civilización occidental dispuesto a defenderse y pagar el precio.
3 comentarios:
Para el Sr. Lerner (al menos en su cuento), "Dios creó al humano y le ordenó multiplicarse, dominar, conquistar".
Conquistar
De cualquier modo y a cualquier precio quizá?
Será por ello que no menciona nada acerca de Israel impidiendo el ingreso de alimentos y otra ayuda humanitaria mucho antes de la invasión actual a Gaza?
Claro, hay que entender "las injusticias que produjo su creación" (la de Israel), nos dice Lerner ... sin embargo yo le sugiero mas bien decir "las injusticias que se han producido incesantemente desde el momento su creación", como para explicar por qué el mapa de Israel ha ido creciendo y creciendo progresivamente y de hecho hoy en día es mucho más grande que aquel que fuera gentilmente asignado por UN en 1947.
"Conquistar" pues, no?
Y lo más gracioso es que el amigo columnista habla de una identidad nacional palestina frustrada ...
"identidad nacional palestina frustrada"?!?!?!
Caray! Creo que está usted acuñando un nuevo término, maestro. Pero sabe qué? Pocas veces se sueltan nuevas definiciones tan pero tan pero tan absurdas.
Los palestinos no tienen una identidad frustrada, señor. Los palestinos están cansados, hartos de Israel invadiendo cada vez mayor espacio y relegándolos cada vez a situaciones más miserables, que incluyen el hecho que sencillamente a ustedes no se les antoje que la ayuda humanitaria consistente en alimentos, ingrese a Gaza. Israel es un grupo superpoderoso económicamente hablando y con un una fuerza militar increiblemente grande. Si un grupo de esas cualidades se mete a tierra ajena y empuja a los locales cada vez más y más hacia una existencia miserable, amontonados como gallinas de granja de producción de huevos, so pena de embestir con los tanques a todo aquel que se resistiese ... y la respuesta de ese grupo de -ahora- refugiados es la de contra-atacar, incluso sabiendo que la diferencia de fuerzas es brutal, incluso sabiendo que el abusivo vecino puede venir y desaparecerlos de un cocacho, incluso sabiendo que EEUU es y será cómplice de dicha barbarie porque hay casi 2 millones de israelíes viviendo e invirtiendo su platita en New York ... eso NO ES identidad nacional frustrada. Eso es haber llegado al extremo de ser ser loca y desesperadamente valiente, hasta la insanía quizá, pero en un acto de desesperación fruto de toda una vida sufriendo abusos, y sería mas bien tener el concepto de identidad nacional mucho más claro que el de mucha gente.
Y más gracioso aún es cuando se cierra el post llamando a Israel "un razonable ejemplo de la civilización occidental dispuesto a defenderse y pagar el precio".
"razonable".... ja!!!!
O quizá ustedes tienen que cumplir con el plan divino que les pide CONQUISTAR.
Lamentándolo -yo en cambio- coincido Roberto contigo:“Israel es, a pesar de todas sus carencias, defectos e injusticias, un razonable ejemplo de la civilización occidental dispuesto a defenderse y pagar el precio”, sintiéndose amenazado particularmente - reflexiono y agrego yo- por la experiencia histórica.
Espero que el Creador del Tiempo tenga previstos mejores acontecimientos que hagan de Jerusalem una ciudad desarmada en la que se comparta la paz. Debiera ser- creo yo- el primer suceso Luego vendría la reparación del resto. Cordialmente
Baldo
Señor Lerner:
Permítame hacer algunos comentarios a raíz de su buen artículo. En primer lugar, siempre lo digo, no creo tener la verdad. Es más, no sé qué pueda ser la verdad, si es que ella existe. Por otro lado ¿estamos ante un problema acerca de “la verdad”? O diríamos: ¿aquí lo que está en juego es “la verdad” sobre algo? Lo digo porque pareciera que lo que está pasando tuviera un segundo escenario de combate: la verdad, sea para uno o para el otro. Pero, permítame volver a preguntar: ¿verdaderamente nos hallamos ante un hecho originado por un problema de quién tiene “la verdad de los hechos”? ¿Será acaso que quien demuestre mejor “su verdad” será el que justifique sus actos y quede impune ante el mundo? ¿Es este el caso?
A lo que quiero llegar es que, como usted sabe por ser sicólogo, muchas cosas no necesariamente tienen las causas que atribuimos ni tienen las respuestas que suponemos deben tener. Me explico. Por ejemplo, yo tengo un problema “físico” y voy al médico. El médico no detecta nada en mí y me dice que es algo sicológico, que es una idea mía. Yo en cambio insisto en que es físico porque me duele, en verdad me duele. Mi conclusión es que debo encontrar al médico que me recete un remedio que alivie mi dolor. Cuando lo encuentro me siento bien y me digo: “tenía un dolor y ya me lo curé”. Seguramente parece que esto no tiene nada que ver con el tema pero haré entonces una vinculación.
Pareciera que el origen del conflicto está en los argumentos de las dos partes, por lo tanto, cada parte lo asume así y pretende solucionarlo desde su punto de vista. ¿Estamos? Los palestinos realizan su plan y los israelíes también, y cada quien va ganando puntos conforme tenga mejores argumentos para hacer lo que hace. Por ejemplo, en este momento no hay duda que quienes están ganando de lejos esta “batalla por la verdad” son los palestinos por culpa de los gruesos errores de los israelíes, quienes han convertido ante el mundo a los primeros en víctimas, y de nada sirven las explicaciones que en contra de esto dan. Entonces la causa palestina y sus “verdades” (o razones) han salido sumamente fortalecidas porque se ve claramente que “el fuerte trata de imponer a la fuerza su razón contra el débil”. Por lo tanto, para los ojos del mundo, el débil debe tener la razón.
Ahora bien, ¿significa que este hecho realmente confirma que los palestinos “tenían la razón”? No, porque sus argumentos ni son la causa del problema ni su aceptación son la prueba de que decían “la verdad”. Lo mismo cuando Israel sale ganadora en este conflicto (cuando es la “víctima” de los cohetes y de los atentados suicidas); ello no demuestra que “tiene la razón” por ese solo hecho.
Pero entonces, ¿a qué se debe todo esto si es que ninguna de las partes realmente estaría luchando con conocimiento de las verdaderas causas sino solo en base a sus propias ideas de causa? En primer lugar, diría yo, que esta tal vez no es una guerra por demostrar la verdad de nada. No existe aquí una verdad y un juez que tiene que dar la razón a una de las partes. No es un salón de clases donde hay que averiguar quién fue el que arrojó la tiza, quién dice la verdad. Creo que ese es el camino más bien de la justificación y de la prensa mundial pero no explica verdaderamente los hechos. La situación, distinguido Lerner, no creo que sea demostrar que mi equipo jugó mejor que el del contrario porque “es el mejor”. Ello es muy subjetivo. Usted, como israelí que es, no puede ser neutral para entender en su totalidad el problema. Es como si usted quisiera sicoanalizar a su hija. No lo puede hacer porque es una de las partes del problema. Puede hablar, sí, como padre de familia, pero su opinión profesional como terapeuta no es válida.
El problema ante el que estamos los que vemos el fenómeno no es saber quién de los dos tiene la razón sino más bien qué intereses geopolíticos se desarrollan alrededor de este hecho. Nos guste o no, tanto Israel como el pueblo palestino son víctimas de un macabro juego internacional por el control del mundo, juego que se desarrolla entre las grandes potencias: EEUU, Rusia, China y Europa. Ellos empujan a esta pobre gente a que se mate entre ella para mover sus “piezas” y así ganar “espacios” para sus fines. Eso lo sabe usted. Entonces, ni Israel es culpable ni Hamas lo es: ambos son víctimas de las grandes políticas, políticas que trascienden la pequeña localidad de los intereses de ellos mismos. Algo grande hay detrás de todo esto y no es por causa de los cohetes de Hamas ni por la violación al pacto de Israel.
Tal vez no esté en lo correcto. Quizá por no conocer bien el tema del mundo judío y la vida en Palestina me puedan tildar de ignorante, pero, en mi modesta opinión, no me cabe la menor duda que no es un pleito provinciano entre dos pueblos a todas luces hermanos de sangre (más hermanos de lo que creemos, según me he informado con la mejor objetividad).
En el mundo actual, mi querido amigo, nadie hace la guerra a nadie si es que eso no cuenta con la aprobación del Pentágono, y esa aprobación necesariamente tiene y ser porque ello le favorece a EEUU, no a Israel. Pienso que ese país, Israel, ha caído preso de este nefasto manejo y, como no es igual a EEUU, la invasión les ha sido totalmente contraproducente para sus intereses. Incluso me atrevería a sospechar que “han pisado el palito”, como se dice comúnmente, del propio Washington para demostrar que, salvo Norteamérica, ningún ejército del mundo tiene “la autoridad y la capacidad de hacer la correcta y justificada invasión”, la que todo el mundo debe aplaudir. Sospecho, y estoy casi seguro, que los norteamericanos (por supuesto, dando la imagen de ser sus mejores amigos) les han puesto una trampa y ahora los israelíes tienen que salir desesperadamente. Ningún imperio, señor Lerner, tiene amigos, y Estados Unidos no los tiene. Israel no es “amigo” de EEUU: es un peón de su ajedrez y el peón nunca le mueve la mano al jugador (por más que el lobby judío de Nueva York así lo piense).
Disculpe lo extensa de mi carta pero no quería dejar pasar estas reflexiones suscitadas por toda esta discusión de cafetín cuando veo que las verdaderas razones son siempre las más profundas, las que se hallan lejos de la mirada del hombre común.
Muchas gracias por su gentil atención y perdóneme los disparates si es que los haya dicho (que suelo hacerlo más de lo que pienso).
Buen día.
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