martes, 6 de enero de 2009
UNA TERCERA METÁFORA / Sandro Venturo
Contamos con dos metáforas recurrentes para hablar de nosotros. La primera es infeliz: recurrimos al fútbol nacional cada vez que vemos frustrada alguna expectativa colectiva. La segunda es trágica: apelamos al caótico tránsito de las ciudades para dar cuenta de nuestra incapacidad para cumplir las reglas básicas de esta esquiva ciudadanía. Y es trágica esta metáfora porque, a diferencia del patético fútbol local, en nuestras avenidas y carreteras mueren ciudadanos, y cuántos.
Con la primera estamos subrayando que no sabemos jugar en equipo, que no tenemos estrategia, que ejecutamos mal las tácticas, en fin, que no nos sentimos listos para el campeonato. Con la segunda no podemos eludir el drama: cuando nos movemos, nos chocamos y cuando nos chocamos decididamente, nos inhabilitamos. Solo fluye y llega a buen destino la excepción, la contigencia.
LA QUINTA DIVIDIDA. Pienso que necesitamos una tercera metáfora para reflexionar sobre nuestra débil disposición para enfrentar ambas “condenas”. Me viene entonces a la cabeza la imagen de la señora que barre el pedazo de vereda frente a su hogar y lanza la cochinada a la pista. Se trata de una ciudadana que siente que sólo puede encargarse de su pequeño territorio. Del resto, imposible.
Pienso en la fachada del edificio que con los años ha perdido unidad y muestra ventanas de distintos estilos así como fragmentos de pared pintados con diversos matices. Pienso en la comunidad campesina fracturada por dentro, trensada por viejas discrepancias. Pienso en los líos mortales entre caseríos, entre pueblos vecinos que se envidian con mala leche. Pienso en el pasillo de cualquier quinta que aparece como una colección de puertas y rejas diferentes, de casas que han ido creciendo de forma improvisada, rompiendo el diseño colectivo original. Pienso, en resumen, en todas esas escenografías sociales, urbanas y rurales, que han sido transtornadas de forma arbitraria y descoordinada, ofreciendo una lamentable atomización social.
Es decir, miro alrededor y sobran estas imágenes en barrios y comunidades de todo tipo. En la ciudad esto se cumple plenamente: desde el pujante distrito que alguna vez fue pueblo joven, pasando por el tradicional barrio mesocrático, y llegando a algunas urbanizaciones que no tienen más de tres décadas de fundadas. Miro alrededor y al interior de los edificios nuevos observo quintas divididas, desbalanceadas, carentes de armonía.
Es evidente que dicho caos no solo sucede en la avenida y la carretera, esto es, en el territorio de “la sociedad abstracta”, sino también caracteriza a diversas “sociedades concretas”: allí donde los vecinos y asociados, de manera cotidiana, comparten el mismo aire, el mismo espacio. Esta tercera metáfora busca referir a una familiaridad social fragmentada. Dicho de otro modo, alude a una sociedad que no encuentra en la solidaridad un recurso para: i) sobreponerse al caos que la debilita, y ii) conferir beneficios a los individuos o pequeños grupos que estan contenidos en la propia comunidad.
Hablo de la solidaridad comprendida, entonces, como un recurso social para hacer más llevadera la vida. Una vida que se define dentro y fuera de hogar, en la familiaridad que nos debemos los conciudadanos.
Sin embargo, alguien podría argumentar que “los peruanos somos solidarios” y que los hemos demostrado en más de una oportunidad. Es cierto, contamos con un repertorio de grandes momentos que ilustran nuestra capacidad para realizar acciones solidarias. Acaso el último terremoto en el sur trajo en medio de la desgracia algo bueno, a saber, la prueba de que no somos cívicamente idiotas. Pero esta evidencia es débil porque se apoya en eventos esporádicos que, en el mejor de los casos, se activan ante una desgracia colectiva. Por otro lado, acaso la vitalidad de las fiestas patronales y religiosas señala un espíritu favorable a la integración que subsiste ante la pobreza y la desintegración. Pero también esta vitalidad puede ser vista como el momento de carnaval donde sublimamos nuestra impotencia ante una integración efectiva.
LA SOLIDARIDAD INTERESADA. Pero existe otra solidaridad que no es pasajera. En la sociología de los años ochenta se produjo mucha investigación acerca de la solidaridad como recurso social de integración social. No es posible entender cómo las barriadas se convirtieron en conos primero, y luego en ciudades, si no se conoce la historia de las miles de asociaciones de vecinos que comandaron la urbanización espontánea de nuestras principales urbes. Asociaciones que levantaron urbanizaciones allí donde había desierto, que reemplazaron al Estado antes de desbordarlo, que configuraron nuevas y precarias formas de ciudadanía, aunque simbólicamente muy fuertes.
Dicha solidaridad (“yo te ayudo, luego tú me ayudas”; “solo unidos haremos de este arenal, de este cerro, de este lecho de río, un barrio”, etc.) fue un recurso de raigambre andina imprescindible para afrontar la falta de medios materiales y la escasa influencia política de los primeros migrantes. Luego, este recurso fue desapareciendo en la medida que las antiguas “invasiones” se sumaban a una ciudad que, en realidad, estaban transformando. El recurso se desactivaba cuando le tocaba al Estado asumir su papel y lo fue asumiendo de forma débil y hueca: los gobiernos (nacional y local) no planificaban ni regulaban, la policía no garantizaba seguridad y los servicios públicos se convertían en activos sociales de nadie.
La solidaridad barrial a plazo fijo, la solidaridad corporativa acotada a objetivos concretos, se diluía en la emergencia de un Estado sin capacidad de constituir su autoridad, es decir, su autoría pública. Dicho con otras palabras: la solidaridad del migrante no se transformó en una solidaridad abstracta, en un principio de acción ciudadano que inspirara a los nuevos ciudadanos, dentro y fuera de su hogar. El desaparecido orden oligárquico no ha sido reemplazado por ningún otro y la cara cotidiana de esta ausencia de integridad político-cutural es, entonces, el caos cotidiano.
No hubo actor en el sistema politico con suficiente capacidad para liderar esta transformación cultural. Peor aún, los actores políticos, de derechas o de izquierdas, ignorantes acerca de cómo se construyen instituciones públicas y civiles, estimularon una modernidad política desde un Estado vacío de programa, carente de una emoción familiar. El Perú es una colección de símbolos patrios vacíos, ridículos. La remota aversión antichilena es un ejemplo de nuestra incapacidad para edificarnos, célula a célula, como una ciudadanía integra, creativa, pujante.
EL EMPRENDIMIENTO AUTISTA. El emprendimiento, que tanto festejamos en los últimos años, sigue una vocación fragmentadora. Los territorios de las pequeñas y medianas empresas, que existen en todo el Perú, como en Gamarra y El Porvenir, se configuran como quintas divididas. Si existe alguna armonía es efímera pues se trata de una alianza de corto plazo, en función a una orden de trabajo colosal. Todavía son demasiados los emprendedores que piensan en su futuro como una realidad desconectada del entorno que lo hará posible, que no comprenden que el éxito del todo el sector incrementa sus posibilidades de éxito individual.
No puede haber proyecto político realmente trascendente que no se pregunte acerca de cuál es la familiaridad ciudadana que estamos construyendo y de las formas en que esto se constituye en los escenarios concretos y abstractos de nuestra vida social.
Felízmente en los últimos años ciertas capas de la pequeña burguesía ilustrada, en fricción con ciertas tradiciones populares, venimos “descubriendo/inventando” activos culturales y sociales que le dan otro sentido a “lo peruano”. Y estos activos se cocinan dentro y fuera del hogar, en diálogo con las tradiciones más cotidianas, invitando a la confrontación de diversas visiones del país que son tan difíciles de concertar. Cuando este esfuerzo deje de ser privativo de la televisión de cable y de las revistas con visión globalizadora, cuando este esfuerzo no dependa solo de algunas voluntades novedosas al interior de ciertos mercados de la industria culturaal, acaso en ese momento, cuando se incorpore a la agenda política, estaremos hablando de otra dimensión de estos retos.
Por ahora, el problema continúa. ¿La noción de quinta recuperará su idea más elemental?
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4 comentarios:
Hola Sandro, a los años!
Interesante artículo sobre lo fundamental que es la solidaridad (en sus diversas formas) para la construcción del proyecto político más elemental: el de la comunidad política de ciudadanos, es decir, el proyecto democrático. Tu metáfora de la “quinta dividida” me parece apropiada para describir de mejor manera el individualismo radical (que tú llamas “empredimiento autista”) que sería causa de la atomización social que hoy caracterizaría a nuestra sociedad. En todo caso, tu metáfora es menos pesimista que las lapidarias alusiones al fútbol nacional y al tránsito urbano, y entonces abre en tu diagnóstico espacio para la esperanza, y para imaginar que las cosas “podrían” ser diferentes si acaso todos hiciéramos un esfuerzo coordinado.
Sin embargo, me parece que falta mayor reflexión sobre la explicación de nuestra falta de solidaridad cívica, y más aun, sobre las bases de esta solidaridad. Así como también falta una referencia más clara precisamente a lo que podríamos construir, a lo que podría ser diferente.
Quizás para entender mejor el porqué de nuestra falta de solidaridad ciudadana haya que considerar qué sostiene la solidaridad. Aunque tú mencionas algunos aspectos funcionales (el cálculo o interés de la “solidaridad interesada”) me parece que no ofreces mayor detalle sobre en qué debería basarse esa solidaridad abstracta que supones debería estar a la base del proyecto democrático moderno. Si el individualismo radical (o emprendimiento autista) es problemático (a pesar de ser eminentemente moderno) porque genera atomización social, entonces cuáles serían las bases de una solidaridad que sí permita construir una comunidad política de ciudadanos? Quizás alguna forma de identidad colectiva como la nación? Aunque la palabra no aparece en el artículo, tu mención del pobre papel que nuestro Estado ha jugado históricamente en la promoción de un sentido de solidaridad social y en la formación de una comunidad política democrática (es decir, de ciudadanos) me hicieron pensar al toque en nuestra tan mentada “falta de identidad nacional. Va por ahí lo que imaginas haría la diferencia en términos de lograr un sentido arraigado de solidaridad “abstracta”?
Por cierto, quisiera entender mejor también tu idea de solidaridad abstracta. Te refieres quizás a la idea liberal, desarrollada contemporáneamente por Habermas, de una ciudadanía abstracta en la que las personas se reconocen como individuos iguales y miembros de una comunidad independientemente de sus características sociales, culturales, económicas? O te refieres quizás a la dimensión (o las dimensiones) simbólica(s) de la solidaridad? Si se acerca más a lo primero, mi pregunta sería cómo - a partir de un esquema que afirma enfáticamente la importancia del individuo y a la vez olvida sus “concreciones” culturales, socio-económicas, religiosas, etc. - podemos construir un sentido concreto y común de solidaridad, y de comunidad política? Si te refieres mas bien a lo simbólico, me gustaría saber qué tienes en mente. Presumo que algo tiene que ver con tu mención a las contribuciones de la “pequeña burguesía ilustrada” pero me intriga tu referencia a las “fricciones con ciertas tradiciones populares”. Podrías ofrecer más detalle sobre estas nuevas tendencias?
Un besote!
carmen ilizarbe
Hola Sandro ......
tal vez pueda resumir tus comentarios en un par de palabras , 'bien hecho" ,(no me gusta adular) no se quien es la sra o sra carmen ilizarbe , pero parece que no leyo ningun comun en los blogs anteriores , eso si , me saco el sombrero ante tamaña "versatilidad linguistica" -me encanta esa de "abre en tu diagnostico, espacio para la esperanza" me hace acordar al recordado mario moreno cantinflas .con mucho respeto claro para la sra en mencion ,y para el difunto artista tambien , pero sus comentarios criticos? son inneludiblemente abstractos , creo que ni el Gabo podria entender lo que dijo ......sra mis respetos la verdad, el sr Alan se queda chico con tan entusiasta (o tal vez nefasta) conjugacion de "versos en prosa" ...queridisimo amigo , tu prosa es elocuente y facil de entender , hasta parece escrita al sistema braile ..........un abrazo
Mauricio Rivasplata Esparza
Hola Sandro,
estuve los meses pasados en Dinamarca y lo que más me impresionó de este país escandinavo fue su estado de bienestar vivito y coleando y globalmente supercompetitivo.
Estoy lejos de sugerir que una experiencia de Europa del Norte se puede trasladar así no más a otros países y culturas. Pero ver como funciona la solidaridad institucionalizada a nivel nacional en un caso concreto puede servir de inspiración.
Primero, todos los daneses están orgullosos de su estado de bienestar, lo perciben como un logro nacional y no como un lastro, y están dispuestos a pagar por ello: 25% de IGV e impuestos hasta 60% en una escala progresiva - es decir por todo lo que ganas mucho más alla del promedio de ingreso nacional, pagas bastante más impuesto.
Segundo, el estado de bienestar funciona, porque algunos contribuyen mas de lo que sacan , asi como algunos reciben mas de lo que contribuyen. Este equilibrio se tiene que mantener. El secreto porque todavia hay suficiente personas que contribuyen más de lo que sacan: todos reciben algo. El estado de bienestar no funciona como un simple mecanismo de redistribución entre ricos y pobres, sino todos los ciudadanos se benefician de los mismos servicios estatales: guarderías de ninhos, colegios, universidades, atención de salud, y cuidado de ancianos. Y la gente que aporta más de lo que saca saben que si tienen una emergencia, entonces pueden confiarse de esta red estatal.
Es fundamental entonces que los servicios estatales mantengan una alta calidad, sino lo pudientes se salieran a crear su propio servicio.
Una de las preguntas es si una solidaridad estatal solo puede funcionar en un pais pequenho y culturalmente homogéneo ? Los daneses que pregunté no han tenido una respuesta clara al respecto.
Ahora no voy a decir que no hay problemas: un rechazo a gente que supuestamente se beneficia mas y no aporta - y si esta gente supuestamente aprovechador tienen cara de migrante, entonces la xenofobia no está lejos. Y tampoco los políticos de la ultraderecha.
Más allá de lo que se puede tomar de esta experiencia concreta, me gusta que el estado de bienestar nórdico funcione y sea una piedra en el zapato de los que piensan que solo el capitalismo individual es capaz de empujar una sociedad y una economía. "Pero si gano 50 000 dólares y me quitan 20 000 por impuestos, entonces bajaré mi empenho creativo y empresarial", me dijo una companhera de la India. Ese credo único lo comparten todos mis colegas de países "emergentes" (hasta ahora la crisis financiera no ha producido cambios en las cabezas): si cortas la ganancia empresarial, entonces cortas el empuje..."Así? Nosotros no pensamos esto", dicen los daneses - solo por este pensamiento jerético vale la pena mirar de vez en cuando hacia el Norte aunque sea para inspirarse de que la solidaridad estatal sí es posible.
En cuánto al Perú me gusta tu metáfora de la quinta dividida y me gustaría que escribas más sobre las experiencias distintas que mencionas en el último párrafo.
Un abrazo
Hildegard
Interesante. Yo, sin embargo, me sentiría tentado a pensar las metáforas de Sandro y las preguntas de Carmen siguiendo a Marx, Durkheim, Parsons y Merton, en términos de división del trabajo, solidaridad mecánica, solidaridad orgánica, estructuras, anomia, etc.
Sandro menciona el debate peruano sobre la solidaridad y la identidad. A ese debate de inicios de los 80s sucedió el debate de lo anómico en el Perú, inciado por Hugo Neira. Creo que este artículo mira en esta misma dirección y podría dar continuidad a preocupaciones que, teniendo 20 años o más, no dejan de ser importantes para pensar el país.
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