sábado, 28 de febrero de 2009

(CAJÓN DE/SASTRE) / El roche de los museos / Liuba Kogan


Siete películas:

La boca del lobo (Francisco Lombardi, 1988),
Ni con dios ni con el diablo (Nilo Pereira, 1990),
La vida es una sola (Marianne Eyde, 1992),
Paloma de papel (Fabrizio Aguilar, 2003),
Estado de Miedo (Pamela Yates, Paco de Onis y Peter Kinoy, 2005),
Vidas paralelas (Rocío Lladó, 2008),
La teta asustada (Claudia Llosa, 2008).

Siete películas -que desde diversos puntos de vista -narran los años de violencia armada interna o sus consecuencias. Quedan en el tintero arduos debates sobre la función del cine respecto de su capacidad de representación de la realidad, sobre las relaciones y tensiones entre ficción y documental, sobre los puntos de vista ideológicos de los directores, etc. Debates que estoy segura volverán a la agenda, a raíz del estreno en nuestro país de La teta asustada.

De cara a las desafortunadas posturas de funcionarios del gobierno –incluido obviamente Alan García- en contra de la edificación de un Museo de la Memoria; me pregunto, qué diferencia narrar el fenómeno de la violencia armada interna que vivió nuestro país desde el lenguaje cinematográfico versus las salas de un museo.

Y aquí aparece una primera respuesta: el museo implica “fijar” narrativas. En otras palabras, al escoger los hechos a narrar y al ordenarlos, construye sentido. Sentido que está y podrá estar disponible para todos los ciudadanos. ¿Cuántos peruanos y peruanas han visto o pueden volver a ver las películas que mencionamos? Muy pocos.

De otra parte, otro elemento fundamental que diferencia a las narrativas fragmentadas de las películas, es que el museo brinda una perspectiva global y oficial de la memoria. Tal vez el gran temor de quienes se oponen al Museo de la Memoria, sea quién va a construir la narrativa sobre lo acontecido. Si el informe de la CVR quedó como suspendido en el aire, el museo implica un soporte físico y espacial ineludible.

Todo Museo de la Memoria implica un asunto eminentemente político: un asunto sobre el poder: quién y para qué construye la memoria. Los textos académicos y las películas parecen generar menos escozor que la exposición fotográfica "Yuyanapaq: Para Recordar", o el monumento de la memoria “El ojo que llora”. La dimensión física, material y fija del monumento o museo cristalizan las ideas y los sentimientos. No es lo mismo recordar memorias vividas que memorias imaginadas.

Los peruanos tenemos una nueva oportunidad para volver a revisar lo acontecido en esos años de violencia, incluyendo a todos aquellos dispuestos a dialogar respetuosamente. O en última instancia, para discutir sobre qué significa la memoria local, regional o nacional en un mundo donde tenemos un excedente de presente.

1 comentario:

Gerardo Cailloma dijo...

Precisamente, el peligro de fijar las cosas en la memoria es el evitar que acciones como las que hemos vivido no se vuelvan a repetir, es parte del proceso de aprendizaje de un pueblo; y es obviamente una decisión política, porque va dirigida a la polis misma, porque es su memoria colectiva.